Que malvados son los poetas. Que crueles son los escritores, al permitirse tomar una palabra como el amor, y convertirla en el fruto de sus pensamientos y emociones. ¿Para qué? Para que uno los lea. Que uno se encariñe con la idea. Con el sentimiento que, en una noche lluviosa, en una tarde fría o debajo de las gotas de la ducha, otra persona inventó. Entonces el lector se ilusiona. Fantasea con ese amor. Lo quiere. Lo desea. Siente una obsesión que es desmedida. Y entre tanta lectura, a su mente viene una idea: "quiero amar así".
Y así mueren sus creencias. Sus sueños se vuelven vacíos. Adopta esa nueva vida sin vivir, y se enamora de sus propios ideales. Termina por ser esclavo del sentimiento artificial. De una idea. De pensar. Y es entonces cuando voltea, y ve a los matrimonios exitosos, echarse en cara errores cometidos, y peleas continuas. Y con gesto de asco, aparta la mirada. Y en la otra dirección, ve las parejas de novios, que despues de tantas infidelidades, vuelven a juntarse y a jurarse, una vez más, amor eterno.
Y vuelve a apartar la mirada. Avanza en su vida, siempre mirando hacia atrás, y hacia delante. Siempre mirando a los lados. Y desprecia lo que ve. Le escupe a esas imágenes que, en su mente, las disfraza como si ellas fueran las fantasías. Los espejismos. Dice: "¡Yo no quiero amar así! ¡Nunca! ". Comienzan las desilusiones. Conoce las decepciones. Termina traicionandose y corrompiendose. Pero es entonces cuando voltea hacia arriba, y lo ve. Ve el fruto de pensar todo el tiempo. Ve el amor en su máximo esplendor. Ve la princesa que tanto le inspiró, y que tanto anhela estar a su lado. En ese momento, logra ver a los ojos, el rostro de Dios.
Y es ahí, cuando atrapado en lágrimas y con el corazón latiendo a mil por minuto. Es ahí cuando con el cuerpo caliente y con el estómago inyectado en furia, repite una vez más: "quiero amar así".
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