Hace
frío. Mi sudadera apenas me protege del viento gélido, que atraviesa la tela y
estremece mi cuerpo. No puedo verla, pero sé que mi piel está erizada. Estoy
cubierto, pero hace frío. Estoy arropado, pero tengo frío.
La
calle está muy sola. En las aceras apenas hay negocios abiertos. Me sorprende
que a la distancia no pueda distinguir ni un auto andando. Es una noche
tranquila. En pleno siglo XXI, soy afortunado de estar ante el raro momento en
que hay un silencio absoluto antes de la medianoche. Respiré profundo, gozando
cada instante, y tosí fuertemente. Qué distraído. Hace un momento sentía tanto
frío. Se me habrá olvidado.
Al
doblar la esquina algo me detiene. Es un gato jugando entre la basura. Revuelve
algunas bolsas rotas y las araña. Al acercarme se sobresalta, y gruñe. Mi
reacción es retroceder, pero detengo mi mirada en sus ojos, dilatados por la
poca iluminación que ofrece la luna. Definitivamente me está amenazando, tiene
la espalda curvada y la cola tensa, pero los ojos muestran una tristeza
profunda. Debe ser el abandono. No puedo imaginar la vida que haya tenido.
Continúo
mi camino. Tengo que llegar a aquél parque. El parque en el que sucedió todo, y
nada a la vez. Ese parque que no he pisado en tres años. No recuerdo quien fue
el que propuso reunirnos, pero mientras me voy aproximando, me alegra que sea
así.
Primera…
segunda… tercera manzana. Está ahí, justo como lo recuerdo. Está el subibaja,
están los columpios. El mismo campo de concreto para jugar básquetbol y fútbol.
Y el mismo pasamano oxidado, que el deterioro ha carcomido. Lo único diferente,
es ella. Ella sí que ha cambiado. Su cabello corto que siempre llevaba
recogido, ahora está suelto. Y está muy largo. Sus ojos vivaces siempre bien
abiertos ahora están brillantes, pero más chicos que antes. Sus mejillas… ¡Por
Dios! ¡Sus mejillas! Se ven tan tiernas y tan suaves como pétalos de flor…
—Disculpa por tardar. Me
vestí lo más rápido que pude.
—¿Bromeas?
Llegas justo a tiempo. Yo fui la que llegó temprano.
—En
ese caso disculpa por no llegar más temprano.
—No
hay problema. Ya estás aquí. Hace tiempo de no verte.
Efectivamente.
Hace mucho tiempo de no vernos. Desde ese día en que nuestros caminos cambiaron
de dirección. Y sin embargo, nos volvemos a encontrar. De frente y sin bajar la
mirada, nos gritamos que nos extrañamos, sin siquiera separar los labios.
—Esa bufanda
se te ve bien—. En realidad era de un gris muy triste, pero decir cualquier
otra prenda no sonaría bien.
—Gracias. Pero la verdad no me gusta—. Perfecto.
Acabo de arruinar el ambiente.
—Este… no, me refería… se ve muy bien, combina… yo…
—No te preocupes, me alegra que te gustara.
Estaba muy nerviosa y no sabía qué ponerme.
—Pues… te ves estupenda. Es decir… si,
cambiaste mucho. No, me refiero a que… siempre has sido hermosa… digo, bonita.
Pero ahora más.
—Gracias.
Comenzamos
a caminar y ella se detiene en los columpios. Siguiendo la corriente me siento
en uno y comienzo a balancearme. La invito a sentarse al columpio de mi lado
derecho, pero se queda quieta. Observando a la nada. Puede que haya cambiado
mucho físicamente, pero parece ser la misma. Siempre hacía lo mismo.
—Hey, Naomi… ¿Estás ahí?
—Ah, sí. No pasa nada.
Se sienta a mi lado, y conversamos sobre lo que ha pasado.
Nuestra vida en escuelas diferentes. Nuestros nuevos gustos. Las cosas que
hemos aprendido y lo que nos ha interesado a lo largo de los años. Todo es tan
simple, que hasta se siente perfecto.
Doy la vuelta a su columpio y la impulso con mis manos. Ella
parece disfrutarlo, así que aumento la fuerza poco a poco. Se ríe. La primera
vez que la oigo reírse desde hace tres años. No recordaba cuánto echaba de
menos aquella risa. La detengo, y me sitúo frente a ella. No puedo dejar pasar
la oportunidad.
—Naomi… acerca de lo que pasó aquí…—me dirige una mirada
juguetona y una risa se escapa de entre sus dientes.
—Sí, lo recuerdo muy bien. Recuerdo todo perfectamente—. Y me
mira.
¡Me mira! Creo que sabe cuál es mi debilidad. Sus ojos
penetran los míos a profundidad. Escudriña mi interior sin siquiera moverse, y
sólo me quedo quieto, como una estatua de hielo que es azotada por el viento
aún frío. Y comienza a llover. La lluvia llega ligera y en grandes cantidades,
como si las nubes quisieran derretirse sobre mi cabeza. Me pongo la capucha de
la sudadera y desvío la mirada.
—Pues… quería hablar de eso.
Estuve a punto de sonrojarme por lo que iba a decir, pero una
imagen asaltó mi mente. Nos miramos a los ojos. Y algo, en su mirada, me
recordó a la mirada del gato de la basura, que aunque aparente ser seguro,
sentía mucha soledad.
—Adelante, Santi.
—Lo que pasó… bueno, lo que no llegó a pasar… yo hubiese
querido que pasara.
Se ríe con una mano en su boca. Es algo lindo, pero me pone
de cierta manera avergonzado.
—Ay Santi. La verdad es que me encantó ese día. Y también
quería que pasara algo. Pero, de cierta forma, me alegro que no pasara nada. No
hubiera podido soportar tres años después de algo parecido.
Eso me hace sentir bien. Me hace sentir que estoy en lo
correcto con ella. Pero, de cierta manera, me acaba de insinuar que si no
sucedió nada antes, es porque puede suceder ahora, ¿no?
Sin perder tiempo la tomo de la mano y la levanto del
columpio. La lluvia cobra fuerza y golpea el suelo de tierra y la cancha de
concreto. Pero, por extraño que parezca, no sentía frío. En ese instante,
sentía algo cálido. Algo que me distraía del agua que empapaba mi ropa. Ella no
protestó. Se dejó envolver por mis brazos. Se acercó a mí. Cerramos los ojos al
mismo tiempo. Lo cálido creció. Experimenté la sensación más bella de mi vida.
Después de tres años, la sentí cerca. Y lo que sentí fue mejor de lo que
imaginé. No podía ser más feliz en ese momento…
Las gotas azotan la ventana. En la penumbra de mi cuarto, me
cubro en las sábanas y me dispongo a dormir. Ese sueño de nuevo, no me permite
dejarla ir. Desde la despedida, desde su adiós definitivo, donde no tuve el
valor de decir nada, tengo este arrepentimiento en el alma.
Si tan sólo pudiera tocarla, verla, sentirla una vez más… Si
pudiera volverla a ver, y decirle casi gritando, todo lo que no le dije…
Una lágrima sale con fuerza de mi ojo derecho. Y afuera, como
respondiendo al vacío de mis pensamientos, las gotas dejaron de caer.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario